web: cordiviola.me@gmail.com |
|
Espinas en la Historia /Thorns in History
Liliana Heer
Translation Macarena Cordiviola
|
Soy hijo de Funes el memorioso. Mi nombre no pertenece a la historia, soy huérfano y hasta hoy inédito. Mi padre no sólo no me reconoció varias lunas después de la caída de aquel legendario caballo, tampoco quiso conocerme. Una y otra vez pasé por el callejón donde vivía pero siempre fue en vano. Todo lo que sé de él fue gracias a un escritor. Es posible que Funes, como el Emperador Shih Huang Ti -quien pasó a la historia por dos inconciliables actos: construir una muralla y abdicar del pasado quemando todos los libros- pretendiera abolir un solo recuerdo. La omisión suele ser un pretexto de lo que no se quiere vivir. Yo soy su verdadera caída; aquel joven taciturno de rostro aindiado antes de caer del caballo cayó en una tentación: no pudo ceder al impulso de poseer a mi madre.
Fray Bentos es un pueblo de frontera, como muchos otros, donde hay cierta maestría para disimular el analfabetismo. Aprendí a leer pasada la mayoría de edad. Le debo a Borges el haberme iniciado en las letras; no a su persona, por supuesto, a sus escritos. Cuando en el saladero escuché rumores sobre un escritor argentino que iba a recibir ese año el Premio Nobel, volvió sobre mí la vergüenza. No podía participar, ni siquiera a distancia, de la vida y gloria de los hombres. Cómo referir el deslumbramiento que me produjo escuchar: “El cronométrico Funes” fue uno de los textos escogidos por el jurado como modelo para documentar los actos de barbarie cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.
A partir de ese día veneré la memoria de mi padre. La admiración me quitaba el sueño. Imaginaba sus largas noches leyendo la historia de los países del sur, maravillado por su dominio del latín y muchas otras lenguas. Debo confesar, sin embargo, que la idolatría tenía también ribetes de dolor. Cuando llegaba a la página cuatro, una opresión en el pecho me impedía avanzar más allá de: "Funes me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido como todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado”. A partir de allí no podía continuar leyendo porque un enjambre de preguntas me acosaba: ¿Estaría en sus genes esa extraordinaria facultad la tarde en que me engendró? ¿Habrá sido el sexo -la abrupta caída en el pecado- el acto que precipitó su memoria? La ilusión me llevaba a conjeturar que en el caso de ser así, también yo, aunque todavía dormido, podría llegar a poseer ese don. ¿Cómo saberlo? Hubiera querido ser como mi padre pero tenía escasos recursos personales, era un hombre común, mediocre, retraído. En el saladero sólo hablaba con Julián Torres. Tuvo que morir baleado junto al capataz -la mejilla partida contra el piletón- para que sintiera necesidad de acercarme a otros compañeros. Ellos tenían la costumbre de reunirse después de la jornada a discutir sobre política. Así fue como, desde comienzos del ochenta, me interesé tanto en la realidad que empecé a archivar todo lo que caía en mis manos: masacres, desapariciones, secuestros, torturas. Cuál no sería mi sorpresa cuando unos años después salieron a luz los documentos del Nunca Más. El libro no solamente reunía datos sino también testimonios, daba orden al caos que en mi fragmentario trabajo me había sido imposible concebir.
Motivado por el entusiasmo de la democracia, viajé a Buenos Aires. Tenía en mis planes asistir a una conferencia sobre El Tiempo.
Era un día de otoño, Borges se paseaba por los siglos, volvía sobre pensamientos de innumerables filósofos, científicos y escritores. Habló de Proust y de la distinción entre reminiscencia y recuerdo. Citó a Lezama Lima: "Nadie ve porque se le indique en la dirección del índice sino cuando se nos caen las escamas de los párpados y el ojo refractante del pez deja paso al ojo penetrado por el rayo del hombre". También evocó a Benjamin afirmando que la mera información atrofia y excluye la experiencia.
En un momento contrapuso dos teorías, una de Newton sobre el tiempo lineal, absoluto, el tiempo que fluye a través del universo de un modo uniforme. Dijo, lamentándose, que ese era el tiempo acuñado por los historiadores.
Con la otra teoría -del metafísico inglés James Bradley- pareció adherir. Es la teoría de los varios tiempos, de series que no son anteriores ni posteriores ni contemporáneas sino diferentes.
Aunque fuese muy teórico para mis aspiraciones, la conferencia se desarrollaba bien. Yo estaba inquieto por motivos personales pero eso no me impedía tomar algunas notas. Una mujer sentada a mi izquierda, creyéndome iniciado, dijo que un francés cuyo nombre no alcancé a retener, pensaba que: "El acto sexual es al tiempo lo que el tigre al espacio". Esa interrupción perturbó durante unos minutos mis asociaciones, no obstante hice esfuerzos para continuar escuchando.
Esperaba con ilusión que el conferencista hablara de mi padre. Había anotado el nombre Funes en una hoja con el objeto de darle un aspecto más familiar al lazo que me unía a su personaje.
Hace más de una década que Borges ha muerto. Varias veces me topé con uno de sus últimos escritos, acaso el más polémico -publicado en julio de 1985-. Se refiere al genocidio. No agrega datos, transmite su vivencia después de haber asistido al juicio a los ex-comandantes el día que testimoniaba Víctor Basterra, un testigo que sufrió el secuestro más largo de la dictadura. Su testimonio duró cinco horas y fue clave para conocer la estructura de la ESMA -Escuela de Mecánica de la Armada-.
El texto de Borges goza de su magistral estilo y aventurada sintaxis. Narra las expectativas ante el primer y último juicio oral al que asistió. Escribe que esperaba oír quejas, denuestos, la indignación de la carne sometida al dolor físico, pero se encontró con algo diferente, según sus palabras con algo peor: “Una versión del réprobo acostumbrado a la rutina de su infierno”.
Stevenson le sirvió de pretexto para adherir grandilocuentemente a una de las teorías que mayor confusión y oportunismo creó en Argentina, la de los dos demonios: “La crueldad es el pecado capital; ejercerla o sufrirla es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira”.
El contrapunto entre la declaración de Borges y las palabras de Basterra, me despertaron una serie de dudas acerca del maestro.
Borges, en su visita, había escogido una escena: “De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella”. Como si contar fuera un equivalente de la función del olvido, relató una comida navideña con platos de porcelana, manteles y manjares que los torturadores ofrecieron a los presos y éstos aceptaron aún sabiendo que volverían a ser torturados al día siguiente. Si Borges no hubiera tenido tanta fascinación por El Gran Gatsby, en lugar de anclar su escucha en la cena navideña se habría detenido en algo más importante, aunque menos espectacular. Por ejemplo, yo habría reparado en cómo Basterra ordenó en su cabeza los datos de los asesinos -sirviéndose del libro de la dieta Scarsdale- y marcó sus nombres con alfileres para denunciarlos si salía de la cárcel con vida. Parece que la anestesia de clase produce una ceguera que no es de los sentidos. No quiero ser Cronos tragándome una piedra. Hay archivos muertos como mi padre, depósitos neutros de información no articulada, y archivos vivientes como Basterra, quien mientras ponía alfileres se distanciaba de que ese fuera su destino.
Texto publicado en Narrativa Argentina, Noveno Encuentro de Escritores, Dr. Roberto Noble (Coordinado por Liliana Lukin). Cuaderno Número 11, 1996.
|
|
I am the son of the memory - prodigious Funes. My name does not belong to history; I am parentless and until today unknown. My father not only did not acknowledge me even several moons after he had fallen off that legendary horse, but also refused to meet me. Once and again I walked past the street where he used to live, but in vain. In fact, I would not have learnt anything about him had it not been for a writer. Perhaps Funes, like Emperor Shih Huang Ti -who became known worldwide for two irreconcilable acts: building the great Wall and renouncing his past by burying every book, he wanted to get rid of only one memory. Omission is usually an excuse to justify what one refuses to live. I am his very fall; that young, taciturn man with an Indian-looking face had surrendered to temptation before falling off his horse: he could no resist possessing my mother.
Fray Bentos is a border town, like many others, where illiteracy is carefully hidden away. I could read only after I become an adult. And I owe Borges my initiation into literature; not Borges the man but his work. When I heard in the salting house the rumours about an Argentine writer that was about to receive the Nobel Prize that year, I was ashamed again. I could not take part, not even at a distance, in the life and glory of men. How could I possibly describe the bewilderment I fell when I heard: “The Chronometric Funes” was one of the texts chosen by the jury as an example to inform about the barbaric acts that had taken place during the Second World War.
Ever since that day I have always worshipped my father’s memory. That admiration kept me awake. I imagined his long nights reading the history of southern countries and feeling wonder at his mastery of Latin and many other languages. I must confess, however, that this passion was somewhat painful. When I reached page four, oppression on my chest made me stop: “Funes told me that before that rainy afternoon when he was knocked down by a tile, he had been like all other Christians: blind, deaf, dizzy”. As from that moment, I was unable to go on reading because I was harassed with questions: Was that extraordinary gift in his genes the evening he conceived me? Could have been sex -the plunge into sin- the event that brought about his memory? The illusion made me guess that if that were the case, I could -even asleep- eventually possess that gift too. How should I know?
I would have liked to take after my father but he lacked outstanding features. I was plain and mediocre, even remote. In the salting house I only talked to Julian Torres. He had to be shot to death together with the foreman -his cheek slit open against the big basin- so that I felt the need to get closer to my mates. They used to meet after each working session to discuss politics. It was due to this that, since the beginning of the 80s, I became interested in reality to the extent that I started filing up whatever I got hold of: massacres, missing people, kidnappings, torture. In spite of this, I was all the same shocked when the Never Again documents came out to light some years later. The book did not only include detailed information but also evidence. It tidied up the chaos I had been unable to sort out due to my fragmentary work.
Moved by the democratic enthusiasm in my country, I travelled to Buenos Aires. I planned to attend a lecture on “Time”. It was an autumn day, Borges wandered through the centuries, came back through the thoughts of innumerable philosophers, scientists and writers. He spoke about Proust and the difference between reminiscences and recollections. He quoted Lezama Lima: “Nobody sees anything just because he is told to look in the direction of a forefinger but as the flakes on our eyelids fall and the eye of the refracting fish gives way to the eye pierced by a man’s ray”. He also recalled Benjamin by affirming that mere information atrophies and excludes experience.
At a certain moment he confronted two theories; one Newton ’s, about linear, absolute time, the time that flows across the universe uniformly. He regretted that was the time coined by historians. On the second theory, the English metaphysician James Bradley’s, he seemed to agree. This is the theory about different times, about series that are neither previous nor subsequent or contemporary but simply different.
Although he was much too theoretical for my expectations, the lecture went on well. I was restless about personal matters but this didn ’t prevent me from taking down a few notes. A lady sitting on my left, thinking I was a beginner, said that a French man whose name I can’t remember thought that “the sexual act is to time as a tiger is to space”. That interruption disturbed for a few moments my associations, however, I tried hard to go on listening.
I eagerly waited for the lecturer to talk about my father. I had written the name “Funes” on a sheet of paper to make the bond that tied me to his character more familiar.
It is more than a decade since Borges died. Several times, I have come across one of his latest writings, perhaps the most argumentative one which was published in July 1986. It is about genocide. It does not add any information; it transmits his experience after attending the trial to the former chiefs of the Armed Forces, the day when Víctor Basterra gave evidence. This was a witness who had suffered the longest kidnapping during the dictatorship period. His evidence lasted five hours and was the key that opened the door to the structure of ESMA, the Navy School.
The next text by Borges enjoys his brilliant style and risky syntax. It narrates the expectations at the first and last oral trial he attended. He writes that he expected to hear complaints, insults, wrath of flesh being subdued to physical pain.
But he faced a different reality.
According to his own words, something even worse: “a version of the reprobate used to the routine of hell”.
Stevenson helped to adhere grandiloquently to one of the theories that created the greatest confusion and opportunism in Argentina: the theory of two devils: “Cruelty is the capital sin; exercising it or suffering it means reaching a sort of horrible insensitivity or innocence. The reprobates are mistaken for their devils, the martyr for the person who has ignited the pyre”.
The counterpoint between Borges’ remark and Basterra’s words made me doubt about the Master.
Borges, in his visit, had chosen a scene: “From the many things I heard that evening and which I would like to forget, I will refer to one that has left a mark, to get rid of it”. As if retelling were equivalent to forgetting, he described a Christmas meal with china plates, tablecloths and delicious dishes which the tortures offered prisoners and which they accepted even when they knew they would be tortured again the following day. If Borges had not been fascinated by the Great Gatsby and all the bourgeois paraphernalia, instead of focusing his ear on the Christmas dinner, he would have stopped at something more important, even though less spectacular. For example, I would have concentrates on how Basterra ordered in his mind the personal information about the murderers -using the Scarsdale diet book- and pinned out their names so as to report them, should he leave the prison alive. Apparently, class blindness does not belong to the senses. The risk is to swallow a stone, imitating Chronos. There are dead files like my father, neutral stores of inarticulate information and living files like Basterra, who -while pinning out the names- kept a distance to transmit an active version, demystified, of the knowledge about that horror.
Spanish version published in Narrativa Argentina, Noveno Encuentro de Escritores, Dr. Roberto Noble (Coordinated by Liliana Lukin), 1996. |
|